Me manda mi amigo Maikel un "peculiar" email en el que se cuenta la vida de un curioso personaje: Joshua Abraham Norton. Merece la pena gastar unos minutos de tu tiempo en la siguiente lectura que resume la vida de esta singular persona:
Joshua Abraham Norton nació el 14 de febrero de 1819 en Londres (Inglaterra). Dos años después, sus padres John y Sarah Norton emigraron a Sudáfrica, donde John trabajó como granjero y comerciante de efectos navales. Al morir éste en 1848, Norton vendió sus propiedades y emigró a Brasil. En noviembre de 1849 llegó a San Francisco con 40.000 dólares, que invirtió en la compra de terrenos y en unos grandes almacenes.
Hacia el año 1853 había reunido 250.000 dólares. Decidió aumentar su fortuna acaparando el mercado del arroz, que era el alimento básico de los numerosos trabajadores orientales de la ciudad, y adquirió todos los cargamentos, negándose a vender incluso cuando el precio subió de 5 a 50 centavos. Pero repentinamente llegó toda una flota de América del Sur cargada de arroz, y los precios cayeron. Norton quedó totalmente arruinado y tuvo que declararse en quiebra.
Desapareció durante un tiempo y, cuando volvió a aparecer, era evidente que había perdido algo más que su fortuna: se presentó en las oficinas del San Francisco Bulletin, vestido con un uniforme azul y oro de coronel, y le dijo al director del periódico: “Por imperioso deseo y requerimiento de la gran mayoría de los ciudadanos de los Estados Unidos, yo, Joshua Norton, me declaro y proclamo Emperador de estos Estados“. Tras esta primer decreto oficial, que el director del periódico se apresuró a publicar, vino la segunda proclama, en la que hacía saber que, a causa de la corrupción en las altas esferas, el Presidente quedaba destituido y disuelto el Congreso. A partir de ese mismo instante, gobernaría él personalmente. Así comenzó el glorioso y largo reinado de Norton I.
Al hacer Washington caso omiso de su decreto, ordenó al comandante en jefe del ejército que, al mando de las fuerzas precisas, desalojase el Congreso. Todos los estados de la Unión recibieron orden de enviar delegados al Palacio de la Música de San Francisco, para rendirle homenaje e introducir los cambios necesarios en la ley.
El siguiente decreto no se hizo esperar: declaró que, siendo los mexicanos incapaces de regir sus propios asuntos, el emperador asumiría el papel de Protector de México.
Mientras tanto, los ciudadanos de San Francisco, regocijados, habían decidido aceptarlo como Emperador. Norton tenía su corte en una pequeña habitación de alquiler, con retratos de Napoleón y la reina Victoria colgados de las paredes. Por las tardes, acompañado de sus perros mestizos, recorría las calles vestido con su uniforme azul y dorado, llevando una espada ceremonial y un paraguas. Correspondía con toda seriedad a las muestras de afecto y respeto de sus súbditos y vigilaba los progresos de las obras públicas, el trabajo de la policía y el correcto cumplimiento de todas las ordenanzas. Para evitar rencillas entre las diversas confesiones religiosas de su pueblo, asistía a una iglesia diferente cada domingo.
Cuando su uniforme era ya un puro harapo, dictó la siguiente proclama: “Sabed que yo, Norton I, tengo varias quejas contra mis vasallos, considerando que mi imperial guardarropa constituye una desgracia nacional“. En menos de veinticuatro horas, el ayuntamiento aprobó una resolución y una partida de fondos con que vestir adecuadamente al emperador.
Para sustentarse, implantó un sistema de impuestos semanales, cobrando tres dólares a los bancos y veinticinco o cincuenta centavos a los comerciantes. La mayoría de los ciudadanos pagaba de buen grado el impuesto, y obtenía a cambio un pagaré de la Corona.
Norton recibía el tratamiento que hubiera recibido un auténtico emperador. Viajaba gratuitamente en el transporte público y comía en los restaurantes sin que le fuese presentada una sola factura, por expreso deseo de los dueños. En el teatro se le reservaba una butaca especial, y el público se levantaba para recibirle respetuosamente cuando entraba. Un joven agente de policía le detuvo por vagabundo en una ocasión, y toda la ciudad reclamó con indignación su inmediata puesta en libertad. Una delegación de concejales fue a presentarle excusas formales, y él accedió graciosamente a olvidar el asunto sin darle más vueltas. En otra ocasión abolió la compañía de ferrocarriles Central Pacific, por haberle negado comida gratuita en su vagón restaurante. La compañía se apresuró a desagraviar al ofendido emperador, haciéndole entrega de un pase vitalicio y presentándole públicas disculpas.
En 1861 estalló la guerra civil, y Norton I siguió su desenlace con profunda preocupación. Se ofreció a mediar entre el presidente Lincoln y Jefferson Davis, pero su oferta fue cortésmente ignorada. Ordenó entonces un alto el fuego, que desgraciadamente también fue desoído.
En 1869 ordenó construir un puente sobre la bahía de San Francisco. El puente tardó más de sesenta años en construirse y él no llegaría a verlo, pero una placa honra aún hoy su memoria: “(…) haga el viajero un alto y dé gracias a Norton I, que con sabiduría profética concibió y decretó tender un puente sobre la bahía de San Francisco“.
Los habitantes de San Francisco fueron súbditos fieles y leales. Cuando Norton murió, el 8 de enero de 1880, diez mil ciudadanos desfilaron durante dos días ante su ataúd, dando sentidas muestras de dolor por su pérdida y rindiéndole tributo póstumo. En su lápida se inscribió únicamente: Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de México. Joshua A. Norton, 1819-1880.
Algunas curiosidades:
- Mark Twain conocía la historia de Norton I y lo tomó como modelo para El Rey, un personaje de la novela Huckleberry Finn.
- Neil Gaiman lo hace aparecer en los cómics de Sandman.
- La Sociedad Cacofónica de San Francisco, de la que les hablaré en otro momento, lo reclama como santo patrón.